Durante la mayor parte del año las hembras viven, junto con los más jóvenes, en rebaños matriarcales con una jerarquía bien definida; aparte hay otros grupos menos cohesionados formados por los machos de más de tres años de edad. Aunque pueden juntarse en grupos de bastantes ejemplares, es poco probable su observación directa ya que la presión humana y su extrema cautela les ha obligado a cambiar sus hábitos diurnos habituales y prefieren salir durante las horas crepusculares y nocturnas.
Durante la mayor parte del año las hembras viven, junto con los más jóvenes, en rebaños matriarcales con una jerarquía bien definida; aparte hay otros grupos menos cohesionados formados por los machos de más de tres años de edad. Aunque pueden juntarse en grupos de bastantes ejemplares, es poco probable su observación directa ya que la presión humana y su extrema cautela les ha obligado a cambiar sus hábitos diurnos habituales y prefieren salir durante las horas crepusculares y nocturnas.
La brama o berrea
(témpera; medidas original, sin marco: 48 x 35 cm.)
típica escena de la berrea del ciervo en una noche de luna llena
típica escena de la berrea del ciervo en una noche de luna llena
Uno de los acontecimientos más espectaculares en la vida de los ciervos (y de toda nuestra naturaleza salvaje) tiene lugar entre finales de verano y principios de otoño, dependiendo de las condiciones ambientales de temperatura, humedad, estado de los pastos, etc., cuando los machos se instalan en zonas despejadas de los territorios de las hembras. Es entonces, al caer la tarde, cuando resuenan en nuestros montes los roncos e imponentes bramidos de los celosos machos, que se prolongarán hasta las primeras horas de la mañana, reclamando para sí la posesión de los harenes de hembras, indicando a los demás machos que están dispuestos a defenderlos ante cualquier intromisión. Llegado el caso, se entablan verdaderos duelos de fuerza entre los candidatos a semental, entrechocando y empujando con las cuernas hasta que el menos fuerte huye al sentirse derrotado.
Estos pulsos pueden repetirse una y otra vez, lo cual, unido al continuo intento de mantener agrupadas a las hembras y al permanente estado de excitación, que apenas les permite comer, provoca pérdidas considerables de peso y llega a dejar a los machos extenuados. Entonces, se retiran a zonas más altas donde se dedican a alimentarse copiosamente hasta que se sienten con poderío suficiente para bajar a retar de nuevo a otros sementales.
Todo este elaborado ritual tiene como finalidad asegurar que se reproducirán los individuos más fuertes y mejor dotados, lo cual aumenta la probabilidades de mantener el patrimonio genético de la especie en un óptimo de calidad.
Una vez se van calmando los ardores del celo, y fecundadas las hembras, los machos abandonan los territorios de éstas.
La cuerna
(témpera; medidas original, sin marco: 11 x 32 cm.)
ciclo anual de la regeneración de la cuerna en los machos
En todo este ritual juegan un papel fundamental las cuernas, estructuras óseas singulares que se renuevan cada año, pasado el período de celo, cuando éstas han perdido su función en los combates entre los machos. Pasado el invierno, caen limpiamente y, de nuevo, son regeneradas en su totalidad, cada vez más grandes y con más ramas o "candiles", por lo que sirven para dar una idea de la edad de los ejemplares.
Al principio de la primavera, se puede encontrar alguna en el suelo del bosque, aunque parece que las ciervas y otros animales (roedores, etc.) las roen rápidamente para aprovechar las valiosas sales minerales acumuladas (fósforo y calcio, principalmente).
Este aparente derroche anual de materia y energía, se explica por el hecho de que estas estructuras tienen que estar en estado óptimo, llegado el momento de las luchas rituales, con el fin de garantizar la mayor probabilidad de éxito en el cortejo y posterior reproducción. De esta manera se asegura que no estarán desgastadas en el momento cumbre de su utilización; pasado éste, representan más bien un engorro para moverse entre la vegetación, y es mejor prescindir de ellas (como es lógico, todo este proceso hay que entenderlo en términos evolutivos y no como una voluntad individual de cada ciervo).
Inmediatamente empieza a desarrollarse la nueva cuerna, protegida por una piel aterciopelada, sensible y muy vascularizada que le suministra los elementos minerales para poder regenerarla con gran rapidez. Una vez desarrollada, el propio ensanchamiento de la base ósea estrangula los vasos sanguíneos que la riegan; la piel se seca y se va cayendo a jirones, proceso que acelera el propio ciervo al frotarse en los troncos de arbustos y pequeños árboles, en donde deja unas marcas características. Y, así, ya está lista para medirse de nuevo con las de los rivales.
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La cabra montés (Capra hispanica)
(témpera; medidas original, sin marco: 27 x 34 cm.)
escena del típico desafío entre dos machos de cabra montés
escena del típico desafío entre dos machos de cabra montés
Es uno de los ungulados típico de las montañas más agrestes, caracterizado por su aspecto macizo y por su acusado dimorfismo sexual.
Una de las cosas que más llama la atención sobre esta especie, es la impresionante cuerna que presentan los machos. Como en el caso de otros machos del grupo de los rumiantes, su misión principal es la de permitir medir las fuerzas y el vigor de los machos cabríos pretendientes una vez llegada la época de celo (que en este caso se da entre noviembre y enero).
Estos posibles futuros sementales llegan a ponerse "de pie" sobre sus cuartos traseros para coger impulso y dejan caer todo el peso de su cuerna sobre el contrincante, produciendo unos secos y violentos choques que se multiplican en mil ecos audibles desde todos los rincones de la sierra. Gracias a que los cuernos se asientan en unos sólidos huesos craneales, las cabras están perfectamente capacitadas para aguantar los impactos de esos tremendos testarazos.
Si los cuernos de los machos sirven para las luchas dentro de la propia especie, los de las hembras, mucho más pequeños y rectos, se utilizan para defender a los chivos de los depredadores, a los que pueden llegar a empitonar.
De todas formas, la mayor defensa de estos animales, a la que recurren siempre que pueden, es ponerse fuera del alcance del depredador gracias a su proverbial capacidad escaladora que les permite desenvolverse por paredes casi verticales con una gran facilidad.
La cabra está perfectamente adaptada a moverse por esos terrenos rocosos, agrestes y escarpados, gracias al especial diseño de sus pezuñas; éstas presentan unos cantos exteriores duros, que aprovechan cualquier pequeño saliente de la roca, combinados con unas ásperas suelas, blandas y elásticas, que actúan como antiderrapantes. A eso hay que sumar el hecho de que no hay membrana interdigital, lo que les permite abrir los dos dedos independientemente y que actúen como una "pinza", y la ayuda complementaria de las dos "uñas" traseras que hacen función de freno en los descensos.
La estructura de las pezuñas no es adecuada para la nieve y el hielo, por ello las cabras evitan los neveros y realizan desplazamientos estacionales en altitud, tanto por necesidades alimenticias como para evitar la propia nieve, tan frecuente en invierno en las montañas donde habitan. Hoy en día, se encuentra acantonada en determinados macizos montañosos a consecuencia de la presión humana. Antiguamente, como prueban sus numerosos restos fósiles y diversas pinturas rupestres, vivía también en la montaña baja y en el llano.
Las cabras monteses comen todo tipo de vegetales (musgos, líquenes, hierbas, raices, corteza, ramas, etc.) y distinguen perfectamente las plantas o las partes comestibles de las que son venenosas.
Breves:
- Como bóvidos que son, su cuerna es permanente y no se renueva cada año, sino que va creciendo gradualmente.
- Salvo en la época de celo, los machos forman rebaños separados de los de las hembras y crías. En estos rebaños no parece existir ningun tipo de jerarquía.
- Durante el celo, los combates entre machos de fortaleza similar pueden durar hasta veinticuatro horas, antes de que uno de ellos se dé por vencido.
- De las tres-cuatro variedades ibéricas, la lusitanica, o mueyu, está totalmente extinguida desde finales de siglo XIX y la pyrenaica, o bucardo, desapareció hace unos pocos años al caerle un árbol encima al último ejemplar que quedaba.
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